Umanoides


Memorias del sótano IV by umanoideabstraccióndecharco
enero 31, 2010, 8:36 am
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Entre los paisajes que contempla el ánimo a lo largo de la vida, a veces se encuentra situado ante la obra de arte que es la euforia. ¿Y qué es la euforia? Señores, una vez más voy a hablar de mí, apenas sé hablar de otra cosa, ruego me disculpen.

La referencia más cercana que tengo me lleva a unos treinta minutos atrás en el tiempo desde este mismo instante. Mi experiencia me susurra: la euforia consiste en que a cada momento haces lo que deseas hacer, y además, amas tus deseos. Algunos de ustedes sabrán bajo qué influjo digo estas palabras, ustedes han sido testigos de tal estado.

Diseccionemos la euforia, ¿cuáles son sus componentes? Armonía y puntualidad. Adecuarme al ambiente y a las personas que me rodean, esto es, alcanzar una suerte de ajuste, de encaje, de floración hacia el otro,  a esto llamo yo armonía. El segundo componente, la puntualidad, requiere de la intuición, de un sutil olfato en cada respiración, de un saber cuándo y un saber cómo.

Pero no todo es agradable en el estado de euforia señores míos, pues el poseído por ella ha de saber que no sólo consiste en un continuo dar de sí, sino también en un saber no dar de sí intermitente. Además, sabrán ustedes a qué me refiero cuando hablo de esta especial cautela autoimpuesta, pues también han estado presentes en mi excesivo y poco cuidadoso dar de sí.

Como todos los caminos, el que lleva a la euforia es procesual, pero de otra índole. Tal camino acontece en mi sótano aunque, una vez más, lo que se cuece ahí abajo sale reflejado  hacia fuera, hacia el mundo,  hacia la vida. ¿Por qué sé que esa travesía se forja en mi sótano? Porque en ningún momento era consciente de qué era eso que me hacía empezar a sentirme poderoso y, de algún modo, anticipado al futuro más inmediato.

Tal estado de euforia viene acompañado de la serenidad, aportada por la gran reconciliación que se da entre entre el querer y el hacer. Diré más: este encuentro amistoso se da entre el hacer y un querer que no es mero querer, sino un saber qué querer cristalino.

Aquí concluye mi modesto análisis sobre la euforia. Una vez más les pido que perdonen mi inabarcable egocentrismo.



Cajón Desastre III by Ziggynoide
enero 29, 2010, 4:57 pm
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LA ORILLA PERDIDA

Conocemos a las personas en los extremos. Cuando el tallo se dobla y está a punto de quebrarse, por un momento rozamos la savia de nuestras relaciones. A algunas es posible conocerlas antes, descubrirlas de forma diáfana tal como se muestran en la revelación del día a día, pero la mayoría nos encontramos en el odio y en las esquinas. Deseamos la tragedia porque en ella anida la verdad y necesitamos amar de verdad para echar raíces en la vida. Pero la tragedia no es la verdad: la tragedia es que para alcanzarla nos hemos alejado tanto de la orilla que ya no es posible volver. Hemos hecho un gasto de energía que no es reversible y ahora estamos en medio del océano. Ya no es posible regresar. No encajaríamos en el mundo precopernicano que solíamos habitar. Hemos pisado el jardín de alguien a quien amábamos y esa visión nos asola



Cajón desastre II by Ziggynoide
enero 27, 2010, 9:02 am
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MENTIRA

Es mentira. No lo creas cuando te lo repitan, no te permitas dudarlo simplemente porque los cuatro de turno insistan. A pesar de ellos o lo que digan, sigue siendo mentira. No es complejo, no es difícil, no necesitas más tiempo, no llegará el día en que puedas entenderlo porque, simplemente, es mentira. No gastes tus energías en ello, no sientas  la necesidad de justificarte, nunca se lee lo suficiente y , sin embargo, sigue siendo mentira. Citarán autores que no conoces, usarán aforismos en tu contra, se sacarán del bolsillo bibliografías, pero seguirá siendo mentira. Porque tú ya has roto ese velo, has bebido el agua de ese jardín prohibido, has devorado con ansia ese brillo que está en la raíz de cualquier poema y esa luz te acompañará siempre. No pidas perdón: ellos ya no tienen ningún poder sobre ti. Ahora estás solo frente a todas las mentiras. Puedes ya comenzar a escribir.



Cajón desastre I by Ziggynoide
enero 24, 2010, 6:04 pm
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Bueno, bajo este nombre había pensado en ir colgando por aquí una serie de textos breves que he ido escribiendo a lo largo de los años por si alguien los encontrara útiles o lo que sea.Pues eso. Ahí va el primero.

CRÍTICA

Juzgar a las personas como a los textos. Comprobar primero si están bien escritos y averiguar luego si tienen algo que decir. Observar, por encima de sus límites, el nuevo horizonte que abren, la luz rebelde que arrojan.



Diarios de mi adolescencia III by Ziggynoide
enero 19, 2010, 10:38 pm
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Cuando tenía diecisiete años, escribí en mi diario:» ¿ los demás existen?». Hubo una época, de los diecisiete a los diecinueve,en que me pareció que no.  Todavía hoy me asaltan dudas. Esta mañana, por ejemplo, después de pasar cinco horas en la sala de espera de un hospital junto a una embarazada con mareos, he llegado a dudar de que existiéramos. Bueno, no éramos los únicos. Después de pasar cinco horas esperando en urgencias, todo el mundo empieza a volverse sospechosamente solipsista.  A mi derecha, una mujer de unos cuarenta años con  los labios retintados y un bolso de Moschino, me pregunta: «¿estaremos en la lista?». Es difícil saberlo, le respondo, si me hubiera preguntado hace dos horas le hubiera dicho que sí. Pero no prestaba atención a mi respuesta. ¿ Qué llevas ahí?, ha continuado.¿ En dónde?, he respondido de un modo bastante absurdo. El libro, me ha preguntado. Ah, le digo, siempre llevo algo con lo que entretenerme por si no existiéramos. Se ríe. Le paso el libro. Lo hojea un poco y comienza a leer el párrafo inicial para sus adentros. Es bueno, me dice. Bueno, le explico, es sólo el párrafo inicial. A continuación, abre el libro por la mitad y saca dos folios doblados.¿ Y esto?, vuelve a preguntarme: ¿es tuyo?No, no es mío, le explico: es una carta de una mujer que tampoco existe. Vuelve a reirse, pero no se atreve a desdoblarla.¿ Puedo?, me pregunta finalmente. No, no puedes, le respondo. Pero se molesta y, a continuación, me devuelve el libro junto con la carta, vuelve a la nada, desaparece.

Regreso a casa después de siete horas en urgencias dudando de mi propia existencia. Mientras conduzco, no puedo evitar pensar que los dueños de los coches que me salen al paso tampoco existen. Llego a casa y me meto en la cama hasta que mi cuerpo , convertido en un ovillo de lana, comienza a calentarse. No sé lo que sueño, pero, cuando me despierto, envuelto en una calidez extraña, mi sobrina, Irene Powers, de dos años y medio, me está mirando fijamente. Tito, me dice, gusanitos. A esta hora siempre me despierta para que bajemos al kiosco a comprar gusanitos. ¿ Tú sabes lo que es el solipsismo Irene?, le pregunto.Mi sobrina menea la cabeza afirmativamente y se ríe. No, le digo, no puedes saberlo, no te creo nada. Sí tito,continua, ziricismo, yo sé. Justo en ese momento, entra por la puerta mi otro sobrino, el más pequeño. No Alex, no , se adelanta mi sobrina la mayor, fuera, fuera:el tito tiene ziricismo. Me levanto de la cama, los separo y los levanto por los brazos como si se tratara de dos pesos muertos. Vamos a la cocina a preguntarle a la abuela, les anuncio,  a ver si nos dice lo que es el ziricismo. Cuando llegamos , suelto a mi sobrinos en el suelo. Irene Powers, la mayor, grita: «abuela,  abuela». A continuación coge una cuchara del cajón de los cubiertos y abre la nevera de donde saca un yogur. Toma tito, me dice, para el ziricismo. Cojo el remedio  que me ofrece mi sobrina contra el ziricismo y , por primera vez en todo el día, siento que comienzo a existir.



Diarios de mi adolescencia II by umanoideasesinobuenaperzona
enero 16, 2010, 12:18 am
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Cuando tenía quince años, escribí en mi diario: «¿ En qué consiste el problema de escribir?». Entonces no lo tenía muy claro, pero ahora creo que el asunto es bastante sencillo. Basta con escudriñar el gesto de todos aquellos que no lo hacen. El problema de escribir no es sólo que la tinta de lo escrito no se borra fácilmente: el problema de escribir es que te lean. Ése es el problema principal. Podría parecer que es justo al contrario, que el problema de escribir es que nunca te lean, pero ésa es la respuesta fácil, la cantinela del autor maldito, pero defender hoy eso, cuando es posible hacerse un blog en dos golpes de ratón, no tiene mucho sentido.

Porque,¿ para qué escribir? Cualquiera que escriba sabe que escribir consiste básicamente en exponerse al ridículo. Lo más lógico si alguien te invitara a hacerlo, sería responder lo mismo que el personaje de Melville: » prefiriría no hacerlo». Un amigo mío que anda en Birmingham me comenta siempre que ,ya que la vida es un infierno en sí misma, lo menos que puede hacer uno es no darle la razón escribiendo gilipolleces. Es como si su pudor hacia lo escrito hubiera crecido exponencialmente en los últimos tiempos. Sospecho que él no sería capaz de perdonarse ninguno de sus textos porque piensa que escribir tiene algo de acto ridículo y vano. Seguramente es lo que todos hemos pensado alguna vez al leer un texto: ¿ qué necesidad había de esto?, ¿ por qué no se callará este tío? Pero ,en realidad, en el mundo tal como lo conocemos no existe la necesidad. Siguiendo a Mario en este punto, diré que todo es una cuestión de voluntad. Yo escribo porque quiero. Y a veces no sé porque quiero pero lo hago.

 Escribir tiene además un problema añadido. La gente tiende a pensar que uno es lo que escribe, que un texto te refleja de un modo visceral, te retrata en un instante de tu vida como nunca podría hacerlo una fotografía. En mi caso, creo que una de las razones por las que escribo es también para demostrar que eso es falso. No hay nada que pueda dar cuenta cabal de uno mísmo o , por decirlo de un modo más gamberro: yo soy el que produce mis textos, pero mis textos a mí no me llegan ni a la suela de los zapatos. ¿ Nos retratan nuestras conversaciones, nuestras novias, la carrera que elegimos?. En parte, pero sólo en parte.Quizá lo único que podría retratarnos con justicia son nuestros errores porque, al fin y al cabo, son lo más síngular que poseemos, pero para eso habría que describirlos, enumerarlos y eso ya se parece demasiado a escribir. De hecho , todos escribimos porque todos, invariablemente, mantenemos una conversación con nosotros mismos. El salto entre lector y escritor es puro nominalismo. La única diferencia es que hay quién publica el material y hay quién prefiere guardárselo, rumiarlo dentro de su propia mente.

 La cuestión se reduce entonces a un único dilema: ¿ por qué publicar?, ¿ por qué hacer público lo privado?. Obviamente , yo no tengo respuestas generales para este problema. Tengo sólo las mías.Cuando pienso en este problema, siempre me acuerdo de Carl Sagan y de toda esa panda de científicos idiotas que se pasaron horas y horas intentando elaborar una placa con una serie de símbolos que pudieran ser comprendidos por algún tipo de vida extraterrestre en caso de que la sonda Voyager, después de siglos, millones o eones de años luz viajando por el espacio, consiguiera establecer contacto. Hay que ser imbécil para publicar un poema como ése y lanzarlo al negro abismo del espacio. Menudo bochorno si algún alien leyera esa tontería.Ése y no otro es el problema de escribir.

 x Ziggynoide



Memorias del sótano III by umanoideabstraccióndecharco
enero 14, 2010, 5:34 am
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Señores, ésta es mi terapia, así pongo yo en calma mis oleajes más íntimos, así callo yo a mis fantasmas, así hago yo que mis tormentas dialoguen con la más serena de mis aguas. De lo escrito anteriormente y con la ayuda de Nietzsche, la conclusión a la que llego es que para vivir bien se necesita de la buena salud, de un estado de ánimo que no le haga a uno encorvarse hacia la tierra como si la muerte reclamase nuestro oído. Tampoco es solución el mirar hacia arriba, pues esto ha producido en la historia del ser humano la tortícolis del espíritu más tortuosa jamás vivida.

Esa mirada cansada en vertical, esa reverencia y a la vez súplica a lo que está fuera de la vida misma es lo que precisamente hizo que ésta empobreciese: la vida no era más que el preludio a lo real, era considerada como digna de ser sacrificada incluso aun cuando esto supusiera la más radical muerte en vida. Pero no seguiré por este camino, Nietzsche ya lo explicó con una voz cuyos ecos hicieron polvo hasta la más firme de las creencias en lo extraterreno.

Hombres de acción y hombres de rigurosa conciencia, esa fue la distinción que estableció Dostoyevski en su escrito corto “Memorias del subsuelo”. A mi parecer, no es que en el hombre de conciencia haya un exceso de reflexión y en el hombre de acción haya una escasez, no. El hombre de las profundidades reflexiona cuando no debe hacerlo, y esto es lo que le diferencia del hombre de acción: éste piensa justo cuando las circunstancias lo reclaman, es la vida la que le arranca la reflexión y no al revés.

A menudo me hallo en el camino que separa a estas dos clases de hombres, también a menudo me encuentro en uno de los extremos, pero la vuelta al camino se me hace inevitable: mejor es estar en el camino que permanecer en el extremo más carente de vida en sentido propio. Pero, ¿qué hacer para llegar a poner en funcionamiento mi engranaje de hombre de acción? ¿Existe una fórmula racional para ponerlo en marcha? ¿O sólo se trata de voluntad? Casi no me cabe duda de que la voluntad es el motor principal de tan magna empresa, con eso debería  bastar.

Ahora bien, ¿cómo activar la voluntad que desencadenará el resto de procesos fisiológicos por el que me será lícito y placentero “hacer” y “desear”? Señores, es cierto que a veces he llegado a sentir una gran liviandad en mi acción y en mi pensar, de ello he sido consciente. Pero, ¿qué fue lo que hizo que todo en mí comenzara a rodar como si la vida apenas me presentase rozamiento? ¿Qué fue lo que me hizo deshacerme de esa sensación de lentitud y de gravedad? Quizá algo similar al rebuzno de un asno.[1]

Llegados a este punto, ¿es cuestión de voluntad? ¿O más bien este estado de ánimo es el resultado directo de ciertos procesos fisiológicos necesarios?[2]


[1] DOSTOYEVSKI, Fiodor, El idiota. Madrid: Alianza Editorial, 2007. Cito textualmente: “Acababa de sufrir una serie de ataques muy violentos y cada uno más que sufría, cada recrudecimiento de mi enfermedad, tenía la virtud de sumirme en una atonía completa. Entonces perdía la memoria en absoluto, y aunque mi espíritu permanecía despierto, el desarrollo lógico de mi pensamiento quedaba interrumpido, si vale la expresión. No me era posible unir entre sí más de dos o tres ideas. Cuando los accesos pasaban, me sentía tan bien y tan fuerte como ustedes me ven ahora. Recuerdo que sentía una tristeza insoportable, que tenía ganas de llorar, que estaba siempre inquieto y, en cierto modo, como asombrado. Me encontraba extraño a cuanto veía. Sí, extraño de un modo que me anonadaba. Y me acuerdo de que ese marasmo se disipó del todo al llegar a Basilea, en Suiza. La circunstancia que lo eliminó fue el  hecho de escuchar el rebuzno de un asno que se hallaba tendido en el suelo, en la plaza del mercado. El asno me impresionó extremadamente; su vista me causó, no sé por qué, un placer extraordinario… Y mi cerebro recobró en el acto su lucidez.”

[2] BAROJA, Pío, El árbol de la ciencia. Madrid: Caro Raggio/Cátedra, 2004. Cito textualmente: “Andrés pudo comprobar que el pesimismo y el optimismo son resultados orgánicos como las buenas o las malas digestiones.” Ésta es la tesis que yo defiendo en vista de la imprevisibilidad de los cambios en mi ánimo.



Viaducto by Luis Felip
enero 11, 2010, 2:11 am
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Quim regresaba al piso a las cuatro de la noche, a través del viaducto, cuando se cruzó por primera vez con Ariel inclinada sobre la barandilla. Cuando llegó al final se dio la vuelta, para asegurarse de que aquella chica morena no estaba a punto de saltar. Volvió sobre sus pasos hasta donde ella estaba y le pidió fuego, para iniciar una conversación. La chica parecía regresar de su propio mundo cuando aceptó un cigarrillo y dejó a Quim que se lo encendiera, protegiendo la llama con las manos del viento que soplaba entre los edificios de la calle de Segovia. Terminaron la conversación a cubierto, en un café cercano. La piel de Ariel era oscura, más oscura en los párpados, en los labios, en los nudillos; sus ojos, su cabello corto eran oscuros, su ropa era oscura pero sus dientes, su voz eran brillantes. Era unos años mayor que él, se notaba la diferencia de edad en sus gestos de seguridad, confundidos con la resignada laxitud de los treinta.

Creo que la noche aquella no sucedió nada, sólo intercambiaron los números de teléfono. A la semana o así, Quim la trajo al piso. Ella acababa de terminar una beca de investigadora en el CSIC, y ahora andaba echando el currículum por distintas empresas. Hablé con Ariel un buen rato sobre todo aquello de las becas, las tesis de postgrado, temas impersonales en general.

Quim y Ariel se marcharon a vivir juntos poco después. Lo último que sé de ellos es que no pudieron seguir permitiéndose el alquiler con sus sueldos de mileuristas, y tuvieron que mudarse a casa de la madre de Quim. Ella cuida ahora de su nieto, mientras los jóvenes se las arreglan como pueden con su trabajo y con su vida.

A veces, cuando atravieso el viaducto en noches solitarias y un tanto peligrosas, mientras pienso en los indigentes que viven abajo en los recovecos de su estructura, o en la historia trágica de este lugar, me saca de todas mis otras preocupaciones la imagen hipotética de Ariel, y soy consciente de que aquella noche pude haber sido yo el que la encontrase inclinada sobre la barandilla.

x Luis



Diarios de mi adolescencia I by umanoideabstraccióndecharco
enero 10, 2010, 2:50 am
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Cuando tenía doce años escribí en mi diario: «¿cuánto puede caminar un hombre en medio del desierto sin comida, sin víveres, sin agua?» Solo, consumido por las fauces del sol y  la crueldad  de la  arena del desierto, sabiendo que cada paso está un metro más cerca de la extenuación y que el gasto de energía ya no es reversible: ¿qué esperanza impulsa los latidos del corazón de ese hombre? Si no existe horizonte alguno a la vista o un maldito oasis, ¿por qué debería ese hombre mover un músculo? ¿qué es lo que hace que ese hombre se mueva?

Creo que entonces, a los doce años, ya lo sabía: que no podemos dejar de movernos porque, por extraña que parezca, esa es la única cualidad que separa a los vivos de los muertos. No es la replicación genética  ni cierta tendencia a la complejidad como sostienen los biólogos darwinistas, no: los seres vivos se mueven.  Por tanto,  la esperanza no se pierde porque no exista horizonte alguno a la vista: la esperanza se pierde  cuando intentando buscar una atalaya más favorable descubrimos que las piernas ya no nos responden. Ergo no importa perder las esperanzas: importa poder moverse.

Respecto a la metáfora del desierto, creo que entonces lo que  no sabía es que el desierto podía ser la vida entera. La respuesta es que nunca se sabe lo que puede aguantar un hombre. En cualquier caso, un hombre siempre puede aguantar mucho más de lo que todos pensamos, mucho más de lo que recomienda la O.N.U. y mucho más de lo admisible. Puede ser que esa travesía por el desierto se prolongue más allá de lo que nunca imaginamos. Puede ser que calculáramos mal o que creyéramos  que la salvación estaba a la vuelta de la esquina. Se sabe dónde comienza  el desierto pero no dónde termina. Y en general somos seres confiados: cuesta imaginar cuando uno da el primer paso que se ha emprendido un camino que no tiene vuelta atrás.

Pienso en el chico que era yo a los doce años y en qué punto del desierto me encuentro ahora. El niño que yo era oteaba desesperadamente el horizonte intentando encontrar a alguien, boqueando como un pez, arañando con sus branquias la soledad más absoluta. Hay partes de esa travesía que no podría contar a nadie  y  ése es el significado más preciso de la oscuridad: partes ilegibles, textos irrecuperables que se han perdido porque nunca hallaron lector.  Y la vida necesariamente  ha de contarse para poder reflejarse a sí misma: los seres vivos se mueven y se cuentan cosas.Y esto es precisamente lo que han olvidado muchos filósofos a lo largo de la historia. El hombre no es un animal racional, ni una idea que se despliega a lo largo de la historia, ni una mezcla insana de ángel y bestia, todo eso está bien, pero no: los seres humanos somos seres esencialmente narrativos. El deseo que nos mueve es siempre un deseo de contar. El amor no es sino el deseo de contar a alguien en exclusiva. El sexo no es sino el modo de interrumpir una conversación que ya no cuenta nada. Pero el deseo habita en las palabras, vive en el lenguaje y conocerlo es fundamental para profundizar en la humanidad de lo que somos. Por eso resulta tan fácil dejarse seducir por la magia de algunas frases. Por eso sólo toleramos a ciertas personas cuando están calladas.

Post escrito por usuario Ziggynoide.