Umanoides

La noche es clara y los espíritus de nuestros ancestros brillan con fuerza en el firmamento, pero no puedo dormir. He salido de la tienda sobresaltado. Fuera, me he sentado junto a las cenizas aún calientes de la hoguera en torno a la que hemos bailado la danza de la lluvia. Al mirar a la luna, el viento me ha traído el sonido de los caballos inquietos y el olor de la tierra seca. El coyote ha aullado dos veces y los buitres graznan cuando deberían estar durmiendo. Malos augurios son estos, algo horrible está apunto de ocurrir, o está pasando o quizás ha pasado ya, pero yo no lo puedo advertir.

He intentado recordar los proverbios de los ancianos de la tribu, pero en mi saber no encuentro nada que me explique lo que está pasando esta noche. He invocado a los ancestros en suplicantes oraciones, pero se han negado a responderme. He arrojado al fuego la roca que torna la llama azul y he visto en ella un terrible agravio que se ha cometido contra la madre Tierra. He tenido la visión de algo confuso y sobrecogedor. Sea lo que sea, es la encarnación de un mal que aquellos que lo han desencadenado, no alcanzan siquiera a comprender.

Este agravio lo han cometido los hombres, no los pieles rojas, ni los comanches, no era tampoco el hombre blanco el que ha escupido, como otras tantas veces, a la cara a quien le dio la vida. Eran unos hombres que jamás había visto antes. Estos han escavado en las entrañas de la Tierra para desatar allí una magia horrible y poderosa. Han desgarrado el interior de nuestra madre Tierra con tal violencia, que los temblores han llegado hasta nosotros. Por ello están los animales desvelados. Se ha cometido un agravio que no podrá ser perdonado jamás por los espíritus, no habrá tótem por grande que sea, que calme su venganza contra nosotros. Pero lo peor de todo, lo que más entristece mi corazón, es que el fuego azul me ha mostrado que ha habidos otros agravios como ese, iguales o peores…

Corea del Norte se dedica a hacer pruebas nucleares bajo tierra mientras su pueblo pasa hambre, un sacrificio que los coreanos deben estar dispuestos a realizar por la gloria de su nación, o más bien de su cacique. No digo que volvamos a vivir como los salvajes, pero no puedo evitar preguntarme que pensaría de esto uno de aquellos comanches ecologistas por religión. Posiblemente sea una idealización barata de la devoción que le profesaron los indios americanos a la naturaleza, pero que otro remedio le queda a un idealista postmoderno como yo, sino los ideales baratos.

Huye del oso, evita a la serpiente y todo te irá ¡divinamente!

Espíritu Alargado