Umanoides


La colmena by umanoideabstraccióndecharco
septiembre 17, 2010, 9:28 pm
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Ha venido hasta mí un cargamento de miel: en mí han fructificado unas abejas perezosas,  me han dado un sentimiento real. Mucho tiempo han permanecido encerradas en sus celdillas, pues estaban preparando miel de la mejor calidad para que no me sea posible olvidarla. Su sabor me dice con dulzura: nosotras aún estamos al servicio de tu pecho, esto es lo que te ofrecemos ahora, largo tiempo hemos estado fabricando esta miel pura para ti, ¡confórmate! Y yo os bendigo a vosotras, abejas, pues vuestra miel cae a mi paladar como un reafirmante del ánimo. Pero las oigo cuchichear, éstas dicen: esta miel es tan verdadera como todas las demás que ha probado, o si se quiere, tan falsa… Los valles del sentir están justificados tan bien como los picos más altos: todo es verdadero, y toda la geografía eres tú.

Ciertamente, el sabor de esta miel no lo paladeaba desde hace mucho, pues ha significado un pico, si acaso el más grande de los últimos tiempos: te has topado con un sentimiento real -continúan diciendo las abejas-, un sentimiento positivo, uno que aunque consista en echar en falta no pasa a ser negativo, sino al contrario. Y yo me regocijo en él, en la falta, en la ausencia, en el recuerdo, las mismas imágenes toman ahora un matiz diferente: significan por sí, y una florecilla se despereza con ternura. Me da los buenos días, sus pétalos son abismos profundos, y si un día lloraron de alegría, ahora ríen, ¡y también de alegría!

Siguen revoloteando las abejas en el interior de mi pecho, pero no sé cuánto tiempo más durará. He de seguir saboreando la miel hasta que se agote, ¡y con ella el sentimiento! Y cuando esto ocurra también la flor callará, y todos los abismos se cerrarán de nuevo.



Sopor by umanoideabstraccióndecharco
septiembre 12, 2010, 6:55 am
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A menudo cabalgo en el rayo, sobre un rayo cabalgo ahora. El rayo emerge del cielo y algo valioso trae a la tierra. Un mar a lo lejos se agita histérico, entre sus olas sacude una verdad intermitente: también en el mar hay algo de misterio y de verdad. También yo sacudo verdades. La más alta de ellas me dice: la conciencia se te ha vuelto en tu contra, necesitas sentir hacia fuera, y sólo cuando seas capaz de hacerlo estarás de nuevo en el mundo. Ésa será tu felicidad.

En los días de lluvia sienta bien un impermeable. Asimismo mi conciencia hace de impermeable para mí: incapaz de proporcionarme verdadera pasión por el mundo, forja la obsesión del sí mismo. ¿En qué estoy pensando? ¿Qué siento? ¿Qué pienso en relación a tal o cual aspecto? ¿Cómo he de conducirme con fulanito o menganita? ¿Por qué tanta reflexión?

Es como si un exceso de racionalidad mermara las fuerzas más poderosas de la Vida. Recordando a Zaratustra: las pompas de jabón y las mariposas saben más de la vida y, sin duda, su corto periodo de tiempo es intenso. ¿Sólo a Dios cabe atribuirle el calificativo de Ser? También una mariposa es Ser, ¿acaso en ella hay algo que constriña su naturaleza? De naturaleza simple, no hay duda, pero es absolutamente. ¿No constriñe la razón enferma al hombre? Tampoco acerca de esto albergo dudas: la razón muerde la misma mano que le da de comer.

Razón y conciencia, para mí es lo mismo. El mismo obstáculo entre el querer y el hacer, la misma anestesia que relaja los instintos de la acción, el mismo espejo que nos devuelve una imagen distorsionada del sí mismo y de su apetecer y de su objeto. Es decir, la razón y la conciencia son necesarias, pero no la multiplicidad de sus usos. Existen usos de ambas que causan incluso placer, pero otros que causan dolor. ¿De qué manera, en qué momento procesamos erróneamente cierta información? ¿Cómo es que lo que por naturaleza tiende a agradar se nos presenta como motivo de desagrado? ¿Cómo es que incluso el amor que se nos profesa se convierta en causa de dolor para nosotros? Es como si al mirar la gota de agua ello nos hiriese: nada hay más inofensivo que el amor puro, al igual que la gota pura.

¿Qué y cuánto ponemos de nosotros para transformar al instante lo agradable en desagradable? En verdad, ¿a qué le hacemos ascos? ¿al objeto en cuestión o a la misma razón que impurifica lo que percibimos del objeto? No existe la virtud en la indiferencia, para mí no existe, queda desterrada de mi proyecto aunque ella me sobrevenga.

Los sentimientos auténticos, ésos están reservados para los más privilegiados. La existencia es un paisaje, una cordillera donde los valles y los picos marcan lo que nos suscita amor, odio o indiferencia. Hay quien vive a pie de playa y tan sólo experimenta un mar en calma, y nada le perturba a no ser que él mismo se esté ahogando. Es verdad: hay quien sólo vive a través de sí, de sus síntomas, para acabar olvidando el resto. Hay quien ya ni siquiera contempla los picos como una posibilidad, pues la imagen del mar tranquilo es relajante, soporífera, demasiado soporífera, y la Vida se nos vuelve cómoda, burguesa, espectadora, acomodada, recostada… Y así, el cerebro acaba por sentirse como en una burbuja, a la cual apenas llegan los sentimientos reales. El yo acaba por no saber siquiera qué cosas pueden hacerle volver al mundo, las canciones se vuelven insípidas, y el amar se transforma en holograma: ni nadie ni nada es capaz de meternos de nuevo en el mundo, la felicidad.



Novedades by umanoidemanme

Nuevos proyectos para el nuevo curso:

– Revista cuatrimestral Umanoides: queremos publicar una revista en pdf y en papel con los contenidos que se publiquen en este blog o en otros afines. Por eso os animamos a participar en el blog escribiendo sobre cualquier cosa que os interese.

– II Seminario y III Simposio de los Jóvenes Filósofos de Málaga: este año el tema vuelve a ser la verdad y se puede elegir un autor que no se haya tratado en el anterior o uno que sí entrando en conversación con el texto que escribiera el compañero. Es necesario confirmar el deseo de participar y el autor elegido antes de que acabe octubre y, para el seminario, a principios de diciembre, habrá que enviar un texto provisional que será discutido en el seminario. A principios de año habrá que tener listo el texto definitivo para la publicación y en abril, en el simposio, se hará una exposición del trabajo realizado. Más información aquí: http://filosofiaenmalaga.net/JOVENESFILOSOFOS/PAGINADELENCUENTRO/III%20ENCUENTRO.html

– I Seminario on-line entre Munich y Málaga: tendrá lugar en el foro de filosofiaenmalaga.net y el texto elegido es «Investigaciones filosóficas sobre la libertad y los objeto con ella relacionados» de Schelling. Alejandro Rojas subirá fragmentos al foro y Alberto Ciria, Juan García, o quizás otro experto en Idealismo Alemán, hará un comentario al texto y el resto de participantes podrán enviar sus réplicas. Más información aquí: http://filosofiaenmalaga.net/smf/index.php?topic=71.0



Morfeo con una motosierra by umanoideabstraccióndecharco
agosto 6, 2010, 5:47 am
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Hay algo maligno en el dormir. Encuentro una suerte de discontinuidad y de eterno retorno en el estado cualitativo y cuantitativo de nuestra vitalidad.

Durante el sueño se producen cambios, un reestablecimiento del nivel «normal» de sustancias cerebrales en el individuo en cuestión. Para quien goza de estado mental saludable el sueño es, en efecto, reparador, pues no siente pesar al despertar: su predisposición a la vida es, de forma natural, positiva. Pero para quien no dispone de tal estado equilibrado de fuerzas mentales, el sueño es el asesino del continuo, ocurre a la inversa. Una persona cuyas fuerzas vitales son escasas experimenta una progresión en ellas a lo largo de la vigilia, una diferencia de máximos y mínimos bastante notable entre el despertar y el momento de irse a dormir. Pues bien: ¿y si no tuviéramos que dormir? Sería posible el continuo, posiblemente habría altibajos en los niveles hormonales pero nada que la fuerza de la inercia del continuo no pudiese solucionar. La actividad ininterrumpida, el consecuente crecimiento progresivo de nuestra vitalidad, la purgación de lo putrefacto que albergamos a través del imaginar y del deducir, todo ello sería posible si el ser humano no necesitase dormir, reiniciarse de algún modo. Parece como si el hombre de espíritu malogrado necesitase muchísimo más tiempo para acostumbrarse a sí mismo, como si su distancia al ser acto fuese mayor y por ello requiriese más tiempo.

El dormir es un asesino: las fuerzas conseguidas a lo largo de la jornada, la limpieza mental lograda y el consecuente estado mental favorable adquirido, se pierden con el dormir. Yo apenas experimento una mejora en las fuerzas físicas al despertar: más bien necesito consumir energía para obtener energía, pues el dormir me la arrebata.



Memorias del sótano VIII by umanoideabstraccióndecharco
agosto 5, 2010, 6:38 am
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Maldita sea, ¡soy un idealista! Me he pillado in fraganti, en pleno acto de la imaginación… ¡Yo! ¡El que pretende afirmar la Vida por encima de todas las cosas! Esta es mi confesión: soy un idealista, pero quizá no. No se puede ser una sola cosa por completo, es decir, no siempre soy idealista, pero cuando lo soy es cuando más sufro. El idealista es un director de cine que no escucha las opiniones de los demás, porque él es «los demás», cree que su opinión es la mejor, porque lo que él siente ha de ser la verdad… Él es director, guionista, productor y actor de su película (¿actor también?).

Lo cierto es que él no lleva a cabo ningún papel… las ideas lo llevan, es su fiel esclavo, el que por nada las abandonará. ¡Ay! ¡He ahí la tragedia! Señores, es triste crear ideas para que éstas acaben dominándolo a uno, ¿existe una falta de Vida allí donde impera la ficción? Ya lo creo que sí, un hombre de acción no se deja llevar así: posee poder de decisión, ideas ajustadas a la realidad y sin ser exageradas por algún tipo de carencia personal, en otras palabras: el hombre de acción sabe esperar manteniendo una salud implacable, deduce cuando ha de deducir, puesto que al confiar en sí mismo le es más fácil confiar en los demás… Donde el hombre de acción escucha «querer» él lo interpreta como «querer», sin embargo, el hombre cojo de espíritu escucha «querer» y entrelee «lástima» y «mentira». El hombre de espíritu fuerte se basta y quiere bien a los otros porque se bienquiere a sí mismo.

Me avergüenza pensar en la posibilidad de que penséis que escribo esto precisamente para dar lástima, no es así en absoluto. Escribo porque el escribir y el leer son mis psicólogos: escribo y me leo, me releo, me contrarreleo… Me reconozco en lo que leo efectivamente, y dibujo el mapa de mi pensamiento de una forma más nítida que como lo concibo en ese pote de alquimia mío que se hace llamar «mente».

Una duda me asalta… ¿y si el idealista lleva razón? ¿y si lo que piensa se corresponde con la realidad? ¿y si por una vez en su vida sus desvaríos le llevan a la conclusión correcta? Bienaventurado sea si éste es capaz de comprobar que sus delirios tienen sentido alguno… Pero, ¿y si no puede comprobarlo? Pues eso, esperar con una salud férrea y un estado de ánimo bien alimentado. Es decir, el idealista enfermizo tiene que transformarse: éste ha de superarse a sí mismo, y esto se hace desbancando a la razón de su trono, aboliendo las jerarquías que se han establecido dentro de lo humano y, por ende, considerando a la razón como un mero instrumento a nuestro servicio y no como jueza definitiva.



El valor by umanoideabstraccióndecharco
agosto 2, 2010, 7:18 am
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Dijome alguien recientemente que aquello de lo que voy a hablar se hace llamar «el acoso de las fantasías». Trataré de exponer el asunto a mi manera y, a su vez, darle una solución nietzscheana. 

La imaginación es un arma poderosa y tenaz, pero justo esa tenacidad puede volverse en nuestra contra, pues parece como sí se disparara por sí a falta de un entretenimiento mejor. Todos sabéis de lo que hablo (por lo menos los cuatro gatos que lean esto). Pues bien, el asunto es éste: en el peor de los casos, la imaginación se encarga de completar el mapa fragmentado que tenemos sobre algo o alguien, de suplir la falta de presencia del objeto a través de caminos tortuosos, embarcándose en raciocinios que lo único que hacen es apesadumbrarnos mediante deducciones hechas a partir de elementos mínimos y, por ende, poco fiables.

En tal estado febril, la razón y la imaginación alcanzan una gran agilidad a la hora de establecer inferencias, agilidad que, precisamente, sale a flote cuando el asunto nos atañe directamente, cuando nuestra estabilidad emocional está en juego. Es decir, jamás mi raciocinio ha funcionado tan fluidamente en ocasiones en que la cuestión no me atañía lo más mínimo. Yo no me considero filósofo precisamente por esto: porque todo lo que no me afecta a mí directamente me es indiferente, carece en mí de movimiento subjetivo y no me sugiere ningún tipo de afecto.

La tragedia de tal acoso radica en que llegas a creerte tus conclusiones, y esto no hace más que dejarlo a uno sin apenas energía: sin energía suficiente para desviar la atención ni para siquiera dar unos pasos sin que la sensación de pesadez se presente. Realmente no importa lo que se piense, sino su efecto en nosotros.

Ya he dicho que la imaginación se dispara por sí sola. Puede uno estar pasando un rato agradable de cualquier forma y, súbitamente, comenzar a emerger en nuestra pobre mente recuerdos, frases o imágenes que ponen en marcha la máquina de la tortura. Me da miedo pensar que esta puesta en marcha por sí sea precisamente eso: un mecanismo autónomo que escapa a nuestra voluntad de pensar, un ente invencible gracias a una poderosa armadura. Y dicho sea de nuevo: la cuestión se resuelve con la presencia. Pero a falta de tal solución propongo otra.

Una vez más mi conclusión me viene dada a través de la lectura del Zaratustra. Ascendía éste por un camino solitario, con un enano sentado sobre su hombro: el «espíritu de la pesadez», el que «hace caer a todas las cosas». Yo asemejo este enano a la imaginación que nos envenena, aunque Nietzsche atribuía la presencia de tal personajillo a causas más profundas que las que subyacen al acoso que yo padezco y que omito porque provocarían la risa. La solución que se da Zaratustra a sí mismo es de tipo visceral, la solución es el Valor. Si el acoso nos deja sin energías, el valor ha de salir de la nada, ha de ser también un disparo de poder que choque frontalmente con el disparo de la imaginación. El ataque a la imaginación no puede ser gradual ni racional, ha de hacerse «a tambor batiente». Sucede a menudo que uno no es capaz de cambiarse a sí mismo porque no lo intenta con pasión, o porque erige a la razón como única fuente de poder: tal cosa creía yo hasta hace poco, pero las respuestas vitalistas comienzan a parecerme las más aceptables.  Para terminar, copio textualmente el pasaje del Zaratustra que he utilizado como referencia.

Sombrío caminaba yo hace poco a través del crepúsculo de color de cadáver, – sombrío y duro, con los labios apretados. Pues más de un sol se había hundido en su ocaso para mí.

Un sendero que ascendía obstinado a través de pedregales, un sendero maligno, solitario, al que ya no alentaban ni hierbas ni matorrales: un sendero de montaña crujía bajo la obstinación de mi pie.

Avanzando mudo sobre el burlón crujido de los guijarros, aplastando la piedra que lo hacía resbalar: así se abría paso mi pie hacia arriba.

Hacia arriba: – a pesar del espíritu que de él tiraba hacia abajo, hacia el abismo, el espíritu de la pesadez, mi demonio y enemigo capital.

Hacia arriba: – aunque sobre mí iba sentado ese espíritu, mitad enano, mitad topo; paralítico; paralizante; dejando caer plomo en mi oído, pensamientos-gotas de plomo en mi cerebro.

«Oh Zaratustra, me susurraba burlonamente, silabeando las palabras, ¡tú piedra de la sabiduría! Te has arrojado a ti mismo hacia arriba, mas toda piedra arrojada – ¡tiene que caer!

¡Oh Zaratustra, tú piedra de la sabiduría, tú piedra de honda, tú destructor de estrellas! A ti mismo te has arrojado muy alto, – mas toda piedra arrojada – ¡tiene que caer!

Condenado a ti mismo, y a tu propia lapidación: oh Zaratustra, sí, lejos has lanzado la piedra, – ¡mas sobre ti caerá de nuevo!»

Calló aquí el enano; y esto duró largo tiempo. Mas su silencio me oprimía; ¡y cuando se está así entre dos, se está, en verdad, más solitario que cuando se está solo!

Yo subía, subía, soñaba, pensaba, – mas todo me oprimía. Me asemejaba a un enfermo al que su terrible tormento lo deja rendido, y a quien un sueño más terrible todavía vuelve a despertarlo cuando acaba de dormirse. –

Pero hay algo en mí que yo llamo valor: hasta ahora éste ha matado en mí todo desaliento. Ese valor me hizo al fin detenerme y decir: «¡Enano! ¡Tú! ¡O yo!» –

El valor es, en efecto, el mejor matador, – el valor que ataca: pues todo ataque se hace a tambor batiente.

Pero el hombre es el animal más valeroso: por ello ha vencido a todos los animales. A tambor batiente ha vencido incluso todos los dolores; pero el dolor por el hombre es el dolor más profundo.

El valor mata incluso el vértigo junto a los abismos: ¡y en qué lugar no estaría el hombre junto a abismos! ¿El simple mirar no es – mirar abismos?

El valor es el mejor matador: el valor mata incluso la compasión. Pero la compasión es el abismo más profundo: cuanto el hombre hunde su mirada en la vida, otro tanto la hunde en el sufrimiento.

Pero el valor es el mejor matador, el valor que ataca: éste mata la muerte misma, pues dice: «¿Era esto la vida? ¡Bien! ¡Otra vez!».

En estas palabras, sin embargo, hay mucho sonido de tambor batiente. Quien tenga oídos, oiga. –[1]


[1] NIETZSCHE, Friedrich, Así habló Zaratustra. Madrid: Alianza editorial, 2009. Extraído del capítulo De la visión y enigma.



Memorias del sótano VII by umanoideabstraccióndecharco
julio 11, 2010, 7:47 am
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Yo soy el único culpable de mi desdicha. La más valiosa verdad como correspondencia es la consistente en hacer lo que se piensa como forma adecuada de vivir. ¿Qué me importan a mí las verdades cósmicas? Harto difícil es ir en contra de los propios delirios que me hacen pequeño, diametralmente opuestos a las formas dionisíacas de afirmación de la Vida. ¿La Vida es difícil de llevar? Unos casos merecen, con más ahínco, tal calificativo. En mi caso diría: la mente es difícil de llevar, y por eso es ella la que me arrastra.

De forma análoga a una frase de Nietzsche en su Zaratustra, yo digo: estoy excesivamente habituado a pensar, y sólo amo la Vida a través del pensamiento. Yo amo la Vida que me represento, pero no la ejecución que hago de ella y, por ende, tampoco a ella misma. Soy un platónico, ¿existe una fisiología defectuosa tras ello? Algo así decía Cioran: el exceso de razón, la sistematización del conocimiento filosófico como conocimiento de la realidad desde el patio de butacas, eso es señal de una fisiología pobre, de una subjetividad lineal. ¡Ah! Pero, ¿eso me lo he buscado yo? Me conmuevo al pensar en esa Vida que me represento: en ella la conciencia carece de pliegues adicionales, y la razón es puro instrumento al servicio de la Vida y no su fundamento.

En verdad, la razón tiende más a deformar las “esencias” que a hacerlas cognoscibles. Una esencia desvelada únicamente por la razón no es más que uno de sus hijos deformes, como también lo es la razón por sí sola. El resultado de ello es el tener que hacerse cargo de sentimientos que son hijos huérfanos de la razón, esto es, sentimientos que tan sólo pueden hallar consuelo en su viuda pero triunfante madre. La Vida ha muerto, la razón la ha matado.



Razón y Vida by umanoideabstraccióndecharco
junio 16, 2010, 1:10 am
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Todavía hay quienes creen que la razón lo puede todo, y casi están en lo cierto. Con el paso del tiempo se ha hipertrofiado hasta tal punto que ahora ella misma tiene que desarmar lo construido.

Descartes sufrió tal hipertrofia. ¿Qué es eso de no distinguir entre la vigilia y el sueño? ¿Y dudar de la propia existencia? ¿Por qué llevar la cuestión al absurdo? ¿Tiene fuerzas la razón para deshacer lo que ella misma hizo? Ésta se ha impuesto a la misma Vida, produciendo una situación de desequilibrio. ¿No será la ansiedad patológica un signo de la pesadumbre y el dolor que experimenta la Vida ante los latigazos de la razón? ¿No será un signo del grito de Dionisos?

La antigua distinción entre cuerpo y alma tampoco sale bien parada, en tanto que aquellos que la sostenían degradaban, precisamente, aquello que nos es más inmediato: el cuerpo. En ello veo la peor de las oposiciones, y también la más nefasta de las jerarquías.

Ese anhelo de razonarlo todo, esa avaricia cognoscitiva queda reflejada orgánicamente en la ansiedad patológica. La razón, aliada con la imaginación, produce toda suerte de anticipaciones acerca de situaciones que sabemos que se producirán. Estas anticipaciones pueden acarrear a quien las sostiene sensaciones placenteras en el mejor de los casos, pero también la angustia más absurda que se pueda tener.

Hace tiempo leí en El arte de amargarse la vida esto mismo que aquí expongo. Recuerdo un pasaje en el que una persona quiere pedir prestado un martillo a un vecino suyo. Antes de ir a pedírselo su razón comienza a maquinar de forma negativa, su deliberación sólo trae al caso aspectos oscuros e improvisados en el momento, de manera que cuando está delante de la puerta del vecino y éste abre para atenderle le dice algo así como: mira, quédate con el martillo, da igual.

Este tipo de razonamiento a priori es lo que considero una «domesticación» de la razón, es decir, sacarla de su lugar natural y aplicarla a situaciones en las que mejor convendría simplemente actuar. Esta domesticación que, por suerte, no afecta a todos los individuos, retrasa en la Vida al que así la padece.

Razonar en cantidades industriales sobre aspectos que simplemente se reducen a un «ya veremos qué pasa», a partir de ahí se convierte la razón en una auténtica carga para la Vida. ¿O es que alguien puede decirme que no existen situaciones que tan sólo están para ser vividas? Lo del martillo es un ejemplo claro. Se me podría objetar: ¿y si le dio tantas vueltas al asunto porque no se llevaba bien con el vecino? A lo que yo respondo: que se lo pida a otro, ¿no?

Sublimar el instinto de la acción (si es que existe esto) a través de la razón, pero hasta cierto punto. Traspasado el límite, ¿no se convierte en algo perjudicial para el mismo desarrollo del individuo? ¿no es el razonamiento desmesurado más doloroso que lo que el momento imaginado nos reserva en verdad? Podría ser que la sensación de ansiedad fuese precisamente un mensaje de nuestro instinto: que no puede ser totalmente sublimado y que requiere su espacio.

El que tiene una razón domesticada no necesita mucho más para adentrarse en tal cenagal, pues ya se encarga ella misma de convertir en a priori lo que es estrictamente a posteriori. Ni mucho menos estoy sugiriendo que se abandone la predicción a la hora de actuar, lo que sí sugiero enérgicamente es una corrección en la manera de poner en práctica el arte de la predicción, contando exclusivamente con aquellos aspectos ya sabidos que, por su propio peso, habrían de ser tomados en cuenta.



Memorias del sótano VI by umanoideabstraccióndecharco
junio 9, 2010, 5:59 am
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¿Hay algo más angustioso que la ignorancia? Perdonen, he acotado demasiado poco el interrogante, corrijo: ¿Hay algo más angustioso que no saber sobre un ser que nos es muy querido? ¿Hay algo más perturbador que ese pensamiento que se incrusta y que nos hace creer que, en realidad, si no sabemos es a causa de que la otra persona quiere que suframos? Seguramente haya algo peor, pero las sensaciones se graban a fuego.

Intuir una especie de maldad en el otro, una voluptuosidad ante el dejar con la intriga, una suerte de indiferencia, eso produce una angustia grande. Pero no nos engañemos: me atrevería a decir que en la mayoría de los casos no existe tal deseo de hacer el mal. Yo me pregunto, «¿lo haría yo?» La respuesta es clara: «YO no». ¡Ah! ¿Y se puede inferir algo de ahí, como si la conducta de un otro pudiera ser deducida a partir de casos análogos? Ni mucho menos.

Ni yo mismo actuaría de la misma forma si cada día se me plantease un dilema: el estado de ánimo diría en el momento, es mi opinión. Me imagino en la situación de ir paseando tranquilamente y, de repente, una persona tropieza y cae al suelo, ¿qué haría yo? Dependiendo de la cantidad de vitalidad que circule en nosotros en ese momento, haremos una cosa u otra. O en otras palabras: dependiendo de con cuánta intensidad estemos en el mundo. Una persona típicamente apática, sin anhelos, sin vida interior, es probable que detuviera el paso y mirase a ver si alguien se acerca a ayudar al recién tropezado. Algo le dice que debería acercarse, pero se contiene por no sé qué cosa. Su esperanza es que alguien más inmerso en la vida pase cerca y la ayude.  Si no se da el caso, entonces experimentará la indecisión del que tiene a su voluntad hibernando. Y se preguntarán, ¿hay mucho que pensar en tal caso? No hay mucho que pensar, pero para ese individuo sí hay mucho que rumiar. Es la actitud del que vive encerrado en su abismo y ya no distingue qué cosas le agradan y cuáles no.

El estar siempre encerrado en uno mismo, atendiendo a la forma y contenido de cada uno de los pensamientos, ese no sabe responder cuando la Vida exige un movimiento rápido o una respuesta visceral. Es verdad: el rumiar y el vivir no se complementan, más bien se excluyen mutuamente. Sucede que el rumiante crónico se ha cansado de la vida, pero no precisamente por vivirla, sino de tanto pensarla.

El que tiene por costumbre adelantar los acontecimientos en su rumiar imaginativo, inevitablemente se retrasa en su vivir. ¡Cómo no! El rumiar sobre una acción retrasa la acción misma. Sin embargo, un individuo que piensa cuando la Vida se lo exige no se retrasa, sino que va a la par con ella. Caminar al mismo ritmo que la Vida, eso es como montar en bicicleta: es más fácil mantener el equilibrio cuando se está en movimiento que cuando se permanece inmutable. Además, el que es dinámico raramente caerá en el abismo, pues sus respuestas a la Vida surgen rápidamente por esa suerte de inercia del movimiento, porque es más fácil que se nos pose una mosca cuando estamos parados que cuando estamos en movimiento.



Memorias del sótano V by umanoideabstraccióndecharco
junio 3, 2010, 2:54 am
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Señores, ¿alguna vez han experimentado atracción e indiferencia por una misma cosa? Reconozco que no es nuevo para mí, pero en esta ocasión mi compromiso es mayor que en las anteriores. Sentir que se quiere a alguien para al cabo de un tiempo (un minuto, quince, dos horas, un día) no encontrar esa atracción, ¿han vivido eso? Me pregunto si eso me convierte en un mentiroso, o mejor, en un mentiroso a ratos.

¡Oh! ¿En qué me convierten estos pensamientos? Quizá no sea sano pensar en frío y a lo lejos. Porque el querer no es racional, ¿no creen? Díganme la verdad, me estoy desnudando ante ustedes, ¡no desprecien mis tormentos! No es lícito el amar cuando uno no se ama a sí mismo, el amor ha de nacer de la sobreabundancia y no de la carencia. Me pregunto si yo me amo. En verdad, cuando uno se ama es cuando más seguro se está de amar o de no amar, pero jamás se es indiferente.

Enloquezco a causa de mis brotes de indiferencia. ¿Es lógico ser indiferente con los demás cuando se es con uno mismo? Ya lo creo que sí. El amor propio es lo que nos da la viveza, ¿cómo podría yo tratar a las personas positiva o negativamente sin que haya dentro de mí una fuerza positiva o negativa? Es verdad: a la nada se le da de comer con la nada, ¡y qué poco se quejan por esto! Pero tampoco yo soy consciente de estar siendo alimentado con nada, luego tampoco yo me quejo: esto sólo lo sabe el indiferente.

Ensalzar la vida, colmarse de ella, ser un  bailarín de la existencia, esto nos posibilita el desear y el amar. La permanencia, el estatismo, la quietud, cabalmente es lo que posibilita (y me atrevo a decir que asegura) la indiferencia, es decir, la muerte del deseo.