Umanoides


El valor by umanoideabstraccióndecharco
agosto 2, 2010, 7:18 am
Filed under: General

Dijome alguien recientemente que aquello de lo que voy a hablar se hace llamar «el acoso de las fantasías». Trataré de exponer el asunto a mi manera y, a su vez, darle una solución nietzscheana. 

La imaginación es un arma poderosa y tenaz, pero justo esa tenacidad puede volverse en nuestra contra, pues parece como sí se disparara por sí a falta de un entretenimiento mejor. Todos sabéis de lo que hablo (por lo menos los cuatro gatos que lean esto). Pues bien, el asunto es éste: en el peor de los casos, la imaginación se encarga de completar el mapa fragmentado que tenemos sobre algo o alguien, de suplir la falta de presencia del objeto a través de caminos tortuosos, embarcándose en raciocinios que lo único que hacen es apesadumbrarnos mediante deducciones hechas a partir de elementos mínimos y, por ende, poco fiables.

En tal estado febril, la razón y la imaginación alcanzan una gran agilidad a la hora de establecer inferencias, agilidad que, precisamente, sale a flote cuando el asunto nos atañe directamente, cuando nuestra estabilidad emocional está en juego. Es decir, jamás mi raciocinio ha funcionado tan fluidamente en ocasiones en que la cuestión no me atañía lo más mínimo. Yo no me considero filósofo precisamente por esto: porque todo lo que no me afecta a mí directamente me es indiferente, carece en mí de movimiento subjetivo y no me sugiere ningún tipo de afecto.

La tragedia de tal acoso radica en que llegas a creerte tus conclusiones, y esto no hace más que dejarlo a uno sin apenas energía: sin energía suficiente para desviar la atención ni para siquiera dar unos pasos sin que la sensación de pesadez se presente. Realmente no importa lo que se piense, sino su efecto en nosotros.

Ya he dicho que la imaginación se dispara por sí sola. Puede uno estar pasando un rato agradable de cualquier forma y, súbitamente, comenzar a emerger en nuestra pobre mente recuerdos, frases o imágenes que ponen en marcha la máquina de la tortura. Me da miedo pensar que esta puesta en marcha por sí sea precisamente eso: un mecanismo autónomo que escapa a nuestra voluntad de pensar, un ente invencible gracias a una poderosa armadura. Y dicho sea de nuevo: la cuestión se resuelve con la presencia. Pero a falta de tal solución propongo otra.

Una vez más mi conclusión me viene dada a través de la lectura del Zaratustra. Ascendía éste por un camino solitario, con un enano sentado sobre su hombro: el «espíritu de la pesadez», el que «hace caer a todas las cosas». Yo asemejo este enano a la imaginación que nos envenena, aunque Nietzsche atribuía la presencia de tal personajillo a causas más profundas que las que subyacen al acoso que yo padezco y que omito porque provocarían la risa. La solución que se da Zaratustra a sí mismo es de tipo visceral, la solución es el Valor. Si el acoso nos deja sin energías, el valor ha de salir de la nada, ha de ser también un disparo de poder que choque frontalmente con el disparo de la imaginación. El ataque a la imaginación no puede ser gradual ni racional, ha de hacerse «a tambor batiente». Sucede a menudo que uno no es capaz de cambiarse a sí mismo porque no lo intenta con pasión, o porque erige a la razón como única fuente de poder: tal cosa creía yo hasta hace poco, pero las respuestas vitalistas comienzan a parecerme las más aceptables.  Para terminar, copio textualmente el pasaje del Zaratustra que he utilizado como referencia.

Sombrío caminaba yo hace poco a través del crepúsculo de color de cadáver, – sombrío y duro, con los labios apretados. Pues más de un sol se había hundido en su ocaso para mí.

Un sendero que ascendía obstinado a través de pedregales, un sendero maligno, solitario, al que ya no alentaban ni hierbas ni matorrales: un sendero de montaña crujía bajo la obstinación de mi pie.

Avanzando mudo sobre el burlón crujido de los guijarros, aplastando la piedra que lo hacía resbalar: así se abría paso mi pie hacia arriba.

Hacia arriba: – a pesar del espíritu que de él tiraba hacia abajo, hacia el abismo, el espíritu de la pesadez, mi demonio y enemigo capital.

Hacia arriba: – aunque sobre mí iba sentado ese espíritu, mitad enano, mitad topo; paralítico; paralizante; dejando caer plomo en mi oído, pensamientos-gotas de plomo en mi cerebro.

«Oh Zaratustra, me susurraba burlonamente, silabeando las palabras, ¡tú piedra de la sabiduría! Te has arrojado a ti mismo hacia arriba, mas toda piedra arrojada – ¡tiene que caer!

¡Oh Zaratustra, tú piedra de la sabiduría, tú piedra de honda, tú destructor de estrellas! A ti mismo te has arrojado muy alto, – mas toda piedra arrojada – ¡tiene que caer!

Condenado a ti mismo, y a tu propia lapidación: oh Zaratustra, sí, lejos has lanzado la piedra, – ¡mas sobre ti caerá de nuevo!»

Calló aquí el enano; y esto duró largo tiempo. Mas su silencio me oprimía; ¡y cuando se está así entre dos, se está, en verdad, más solitario que cuando se está solo!

Yo subía, subía, soñaba, pensaba, – mas todo me oprimía. Me asemejaba a un enfermo al que su terrible tormento lo deja rendido, y a quien un sueño más terrible todavía vuelve a despertarlo cuando acaba de dormirse. –

Pero hay algo en mí que yo llamo valor: hasta ahora éste ha matado en mí todo desaliento. Ese valor me hizo al fin detenerme y decir: «¡Enano! ¡Tú! ¡O yo!» –

El valor es, en efecto, el mejor matador, – el valor que ataca: pues todo ataque se hace a tambor batiente.

Pero el hombre es el animal más valeroso: por ello ha vencido a todos los animales. A tambor batiente ha vencido incluso todos los dolores; pero el dolor por el hombre es el dolor más profundo.

El valor mata incluso el vértigo junto a los abismos: ¡y en qué lugar no estaría el hombre junto a abismos! ¿El simple mirar no es – mirar abismos?

El valor es el mejor matador: el valor mata incluso la compasión. Pero la compasión es el abismo más profundo: cuanto el hombre hunde su mirada en la vida, otro tanto la hunde en el sufrimiento.

Pero el valor es el mejor matador, el valor que ataca: éste mata la muerte misma, pues dice: «¿Era esto la vida? ¡Bien! ¡Otra vez!».

En estas palabras, sin embargo, hay mucho sonido de tambor batiente. Quien tenga oídos, oiga. –[1]


[1] NIETZSCHE, Friedrich, Así habló Zaratustra. Madrid: Alianza editorial, 2009. Extraído del capítulo De la visión y enigma.


5 comentarios so far
Deja un comentario

«…todo lo que no me afecta a mí directamente me es indiferente, carece en mí de movimiento subjetivo y no me sugiere ningún tipo de afecto».

Sea quien sea que dice esto, personaje real o inventado (¿qué más nos da, verdad?), responda: ¿Qué y en qué medida y/o calidad está dispuesto a jugarse a la hora de mostrar que estas palabras son veraces?

«Dime qué te juegas y te diré si es posible ver quién eres».

Me encantan los refranes.

Comentarios por umanoideshecho

¡Olé! Por fin alguien comenta algo. Me alegro de leerte umanoideshecho. Me alegro de que seas tú quien comente uno de mis posts. Creo que ha habido un malentendido a causa de mis maneras, procedo a esclarecer el asunto.

Es posible que este malentendido se haya producido a causa del contexto del texto. También es posible que yo no haya interpretado correctamente tu comentario.

Mi escrito es decadente, en él se entrevé que por ciertos lugares de mi personalidad la cosa decae. Yo me refería a la indiferencia y no a la fortaleza estoica. Algo así como una falta de curiosidad ante el conocimiento. Espero haber aclarado el asunto.

Comentarios por umanoideabstraccióndecharco

Me alegro de que te alegres, Umanoide…charco.

¿Quién ha hablado de fortaleza estoica? Aquí la fortaleza radica en la descripción que haces de tu personalidad, la cual subrayo en mi comentario porque me pareció fantástica. Yo diría que entendí bien el texto, siempre y cuando ello no constituya un insulto. En ese caso, aceptaría gustoso que tus maneras me hayan cegado en espera de que me prives delicadamente de la venda de misohos.

Mi comentario se interroga sobre la acepción de «fantástico» que debo atribuir a esas palabras. ¿Realidad fantástica o una fantástica realidad? ¿Puedo permitirme soñar con la veracidad de que lo que no te afecta te es indiferente? Me parece, como bien dices, de una decadencia digna de reseñar. Yo, como filózoofo busco los medios para palpar y toquetear las verdades, esto es, me gustaría que el arcángel viniera a mi cuarto, no leer en un libro que pasó aquello. Por ejemplo, si yo pudiera volar, me haría el normalucho y apostaría una buena suma a que puedo tirarme de una azotea sin daño alguno. Una vez rico, recogería gatos de las copas de los árboles para labrarme una buena reputación y ligarme a alguna que otra vieja de los gatos.

En definitiva, y para no ser tan peñazo, iré al grano: Te animo a que apuestes a favor de tu don. Escondido como está, no te limites a mentarlo en estos foros, y apuesta fuerte por él. Habrá gente que no te crea y te pondrá películas de no diré qué director/es para no herir sensibilidades. Se me ocurren barbaridades mucho peores para ponerte a prueba. Lo bueno y absolutamente maravilloso es que siempre ganarás. Como tú mismo señalas, lo que no te afecta directamente no te sugerirá ningún tipo de afecto ni movimiento subjetivo alguno. Apuesto a que si te afecta directamente, aunque parezca mentira y me ponga colorada, te causará algún tipo de afecto y ya no te será indiferente.

En mi caso, lo que no me mata me deja vivo y no me sugiere ningún tipo de muerte para mí conmigo.

Comentarios por umanoideshecho

Estimado umanoideshecho (pero sin mariconadas), no considero un don, en absoluto, a lo que he descrito. Lo considero más bien el efecto de una circunstancia que me atañe desde hace tiempo: el estar alejado del mundo, de la Vida, la dificultad a la hora de penetrar en la red de sucesos, a la hora de enterarme de qué está pasando a mi alrededor. Lo siento en mí como una suerte de anestesia para la existencia, lo que me hace sentirme un pelín muerto.

¿Podría yo sacar provecho de algo que me parece ir en contra de lo que considero el estar feliz? Para mí, el estar feliz consiste en todo lo contrario: en estar de lleno en el mundo, procesar estímulos, entrever las posibilidades que me ofrece el entorno, el tener un estado mental libre de nubarrones. En otras palabras: vivir con vigor, con verdadero movimiento, y no con una conciencia sedada.

Sólo en las situaciones extremas se me permite experimentar una emoción viva, un sentimiento diferente al de la ansiedad: un sentimiento inducido por la realidad.

Comentarios por umanoideabstraccióndecharco

Why so serious?

Está claro, la respuesta es sí. Siempre lo fue, tal y como te comentaba y como bien sabes.

Comentarios por umanoideshecho




Deja un comentario